Primera cita
Escudriño el reloj de muñeca a través de la penumbra: la 1 de la madrugada. Es la hora. Salgo de la tienda de campaña con todo el cuidado del que soy capaz y cierro la cremallera, aunque mis amigos roncan como osos, así que lo mismo da. La noche me espera. Ella me espera.
Me he pasado las últimas horas dando vueltas en el saco, incapaz de dormir. ¿Cómo podría hacerlo sabiendo que ella me aguarda, que quince días de un incipiente romance de campamento van a culminar hoy? Lo de estas dos semanas no ha sido un simple flirteo, esta chica me gusta de verdad. Tengo una presión en el estómago como jamás la había sentido. Mi respiración es entrecortada. Estoy tan nervioso que me tiembla todo el cuerpo, y cualquier intento de calmarme es en vano.
Atravieso la explanada bajo la luz de la luna llena. También los monitores están ya dormidos, así que no hay peligro alguno de que nos pillen. Tomo el serpenteante sendero que se interna en el oscuro bosque. Mis pies crujen sobre la hojarasca, y tras caminar unos cinco minutos llego a la antigua ermita abandonada.
Allí está ella, con la luz de una linterna arrancando destellos dorados de los angelicales bucles de su cabello, con sus rojizos labios carnosos, con sus grandes ojos del color de la selva. Está más hermosa que nunca. Mis entrañas se condensan hasta convertirse en una minúscula pelotita de una tonelada de peso. No puedo controlar las leves sacudidas de mis extremidades. Dios, creo que no puedo ni respirar.
Me acerco torpemente y los dos balbuceamos un tímido "hola". Me sonríe con su boca perfecta y creo que voy a desmayarme. Y entonces, no sé cómo, sin mediar palabra, surge la magia y nuestros labios se encuentran. El nudo del estómago desaparece y es sustituido por un fuego que recorre todo mi ser. Pasan los minutos y, como pidiendo permiso al principio, envalentonado después, mis manos comienzan a recorrer su cuerpo. Me siento exultante, me siento flotar. Es la mejor sensación del mundo.
De pronto creo distinguir el susurro de varios pies que se arrastran sobre las hojas en descomposición. Descomposición. No sé por qué me viene esa palabra a la mente. Sonidos del bosque, pienso. Pero entonces una rama chasquea, lo oigo claramente. Sin dejar de besarla, abro los ojos y me quedo petrificado al ver varias figuras oscuras tambaleándose a sus espaldas, con los brazos extendidos hacia ella. Varios manos me agarran por detrás y me separan violentamente de su lado.
Todo se vuelve negro.
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