El huevo

La porosa superficie empezó a resquebrajarse: el huevo se estaba abriendo.

La doctora Elizabeth Challenger recordaba como si fuera ayer el día en el habían encontrado el cadáver del pájaro. Cinco años atrás, ella y su equipo habían llegado a una pequeña y remota isla del Pacífico. Su viaje había sido financiado gracias a un proyecto que buscaba estudiar y catalogar la fauna de Micronesia.
Cuando llegaron a la isla, Elizabeth se sorprendió al comprobar su estado. Poco tenía que ver aquel lugar, con sus plantaciones y su pequeña y destartalada ciudad, con el recóndito paraíso tropical que sugerían las fotografías e informes consultados. Los lugareños les contaron que el turismo había empezado a llegar también hasta aquel apartado rincón del mundo, y habían aplicado la lección darwiniana de adaptarse o morir.
Más desolador para la científica fue descubrir que muchas de las ricas zonas selváticas de la isla, donde se suponía que debían llevar a cabo su trabajo, habían sido sustituidas por campos de cultivo. Les dijeron que en las últimas décadas el nivel del mar había subido considerablemente (aún seguía haciéndolo), motivo por el cual los nativos se habían visto obligados a replegarse tierra dentro, a mayor altitud, y a comenzar de nuevo con sus plantaciones allí.

- No te desanimes, Liz- le había dicho Manuel, un colega costarricense. Ambos se habían separado del resto del equipo y llevaban horas deambulando sin rumbo por la isla, guiados solamente por sus pensamientos.

- Odio tu optimismo, lo sabes. Eres tan director del proyecto como yo, y eres tan consciente como yo de que haber venido hasta este sitio ha sido una pérdida de tiempo.

- Nos quedan muchas otras islas todavía, seguiremos adelante. Y en lo relativo a este lugar, haremos lo que hemos venido a hacer igualmente.

- ¿Qué vamos a encontrar aquí?- preguntó desesperada. Con un amplio gesto del brazo señaló el desolador paisaje talado que debía de haber sido selva hasta no hacía mucho.

- No lo sabremos hasta que no hagamos nuestro trabajo.

Elizabeth apartó varias ramas y hojas de palma de un puntapié, y entonces lo vio. Se agachó y recogió del suelo el cuerpo de un ave sin vida. Era un pequeño pájaro de color negro, de pico curvo y claras patas azuladas. Tenía una pequeña mancha blanca a cada lado de la cabeza. Los últimos rayos de sol de la tarde arrancaban reflejos iridiscentes de su esponjoso plumaje.

- ¿Qué es eso, Liz?

- No lo sé. Parece un estornino...

- Eso ya lo veo.

- ... pero nunca había visto uno como este.

- ¿Puedo?

Le ofreció el ave a Manuel, y este la cogió con cuidado entre sus manos. Le dio la vuelta, observó su vientre, estiró y flexionó sus alas, extendió el abanico de la cola.

- ¿Crees que es una especie nueva?

- Podría ser. No me viene a la mente ningún pájaro de su grupo con estas características, pero tendría que comprobarlo- Elizabeth se devanaba los sesos, pero no recordaba ningún estornino como aquel. Tras unos segundos de reflexión, añadió- Volvamos con los demás.

Se llevaron el pequeño cadáver con ellos, y más tarde compartieron su descubrimiento con el resto de la expedición. Consultaron libros, catálogos y artículos científicos, pero no encontraron ningún animal semejante; parecía que efectivamente se trataba de una nueva especie endémica de la isla. Todo el mundo se encontraba eufórico.
Durante los días siguientes, sin embargo, la emoción por el hallazgo fue desvaneciéndose y dando paso al desánimo. Todos los intentos por encontrar más ejemplares del nuevo estornino fueron en vano; peor aún, los habitantes más ancianos, pastores y agricultores en su mayoría, conocían la existencia del ave, pero añadieron que hacía años que no veían ninguna viva. Cuando abandonaron la isla un par de semanas después, Elizabeth tuvo que aceptar que era muy probable que no hubiera más especímenes vivos de aquel pájaro.

- Menudo gran logro: un animal extinto antes de ser descubierto siquiera- escupió esas palabras con rabia, conteniendo las lágrimas, cuando se encontró a solas con Manuel aquella noche.

Él no dijo nada. Se acercó, la rodeó con sus brazos y se fundieron en un cálido abrazo. Ella odiaba su optimismo, sí, pero también sabía tranquilizarla y consolarla como nadie.

***

Un lustro había transcurrido rápidamente desde entonces sin que Elizabeth fuera apenas consciente. Habían acabado su catálogo faunístico de Micronesia. Habían finalizado su expedición por el Pacífico. Habían vuelto a sus hogares, a sus puestos de trabajo, a sus familias. Habían publicado un artículo científico describiendo la nueva y extinta especie de estornino (Aplonis cyanopodus), y habían recibido cierta atención mediática por ello.
Y después de eso... Elizabeth no podía quitarse al desaparecido pájaro de la cabeza. Una idea se empezó a formar poco a poco en su mente. Después, como un cáncer, dicha idea fue creciendo y absorbiendo todo lo demás. Se obsesionó con ella. Se volvió obstinada. Incorporó a su equipo a la doctora Suni Dam, una genetista coreana especializada en el campo de la desextinción. No era ninguna locura descabellada, como se recordaba a sí misma y a los demás frecuentemente; había varias especies muy emparentadas que servirían para completar toda la información que hiciera falta. Hubo varios intentos fracasados, pero eso nunca la desanimó. Siguió siempre adelante.

***

Así llegaron hasta este punto, al ahora.
La porosa superficie empezó a resquebrajarse: el huevo se estaba abriendo. Poco a poco, fragmentos de cáscara se fueron desprendiendo, y del interior empezó a emerger un pequeño pollo frágil y desvalido, con los ojos aún cerrados y sin apenas plumón. El estornino de patas azules volvía a respirar en la Tierra, traído de vuelta de la extinción.

- Lo has conseguido, Liz- allí estaba Manuel, apretando su mano, y Suni, y el resto del equipo. Estaban todos. Las lágrimas afloraron en sus ojos sin que pudiera contenerlas.

- Ha sido duro, y lo va a seguir siendo. Pero si estamos todos juntos podemos conseguirlo. Todavía no es tarde.

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Este relato participa en el concurso de historias sobre cambio climático organizado en diciembre de 2019 por ZendaLibros.

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